“VENCIDOS DA VIDA”: EL ARTE DEL COLLAGE

¿Puede adquirir la consideración de largometraje una colección de piezas cortas, filmadas a lo largo de una década, que ahora se presentan unidas bajo un mismo título? Ese es el reto que nos plantea Rodrigo Areias en su magnética “Vencidos da vida”, collage cinematográfico que va más allá del simple empalme de trabajos previos para proponer una reflexión sobre las derrotas. “Cinema” (2014), un cortometraje rodado en 35mm en el que un viejo proyeccionista trata de celebrar la liturgia fantasmática del cine en una vieja sala destartalada y huérfana de espectadores, sirve como resorte e hilo conductor para que Areias ensamble el resto de piezas que se suceden como espectros invocados por el técnico de la sala, no por casualidad interpretado por Acacio de Almeida, director de fotografía de cineastas como Rita Azevedo Gomes, Joao César Monteiro o Raúl Ruiz.

Si la desvencijada sala de cine que De Almeida trata de resucitar con sus sesiones de electroshock de luces y sombras posee un tono mortuorio, el resto de espacios también están envueltos por un velo sombrío. En “Corriente”, rodado en 2008 en 16mm, el ritmo impuesto por la cadena de montaje de la mina en la que trabaja el protagonista se apoderará de la narración. Cada día, después de su dura jornada laboral, el operario bajará al río a darse un baño. Allí observará a una mujer que se acuesta con distintos hombres, incapaz de huir de su destino. Los dos tratarán de encontrar una solución frente a la monotonía atroz que les ahoga.

 

 

Si el cine se nos muestra como un lugar ruinoso y la mina como un agujero invivible, el museo textil en el que trabaja Constantino (Valdemar Santos) también tiene algo de purgatorio, de parada en el camino hacia ninguna parte. Este conserje del turno de noche, lacónico como los personajes que suele perfilar Areias, es el protagonista de “O guardador”, filmado en digital en 2015. De día guarda ovejas y de noche el museo, pues no tiene donde vivir. Allí se cruza a diario con su sustituta del turno matinal, Aurora (Carmen Teixeira), con la que apenas intercambia un breve saludo. Cargada de ironía, esta película mínima habla de un amor imposibilitado por la propia dinámica laboral.

Esas disensiones entre entorno y personajes marcan también “Golias”, rodado en Super 8 en 2016, con un bufón cansado de hacer reír -y que, por tanto, quiere huir del espacio en el que debe estar – y el romance performativo que captura “Pixel frío” (2018), en el que las distintas concepciones de amor y arte que tiene un videoartista y su modelo les separan. Hay, pues, una colisión constante entre la realidad y los anhelos que casi nunca acaba bien para la pléyade de protagonistas de “Vencidos da vida”, quizá porque, como reza la frase de Eça de Queirós que abre la película, la derrota no depende “de la aparente realidad a la que ha llegado (el hombre), sino del ideal íntimo al que aspiraba”.

En esta película cosida con el hilo del metalenguaje, el realizador portugués encapsula la dicotomía que se deriva de mostrar algunas prácticas al borde de la extinción que, sin embargo, están a apenas un soplo de ser resucitadas, un dilema que vale para el cine, el pastoreo, la vieja industria textil o las relaciones sentimentales. A pesar de lo agridulce de sus trabajos, a esta suerte de hombre del renacimiento que es Rodrigo Areias, quien, además de dirigir, ha producido 150 películas de autores como Edgar Pera, Gabe Klinger, Joao Canijo o FJ Ossang, lo que no se le puede negar es su fe en el futuro del cine: como productor tiene cinco trabajos en fase de postproducción y como realizador tiene en marcha un documental (“Arte da memória”) y dos largometrajes (“A pedra espera dar flor” y “O pior homem de Londres”).

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