“PRIMER PLANO DE UN CINEASTA”: UN CUADERNO DE IMÁGENES
El cine, la imagen en movimiento, se ha referido a sí mismo y a su historia en infinidad de ocasiones. La llegada del nuevo milenio trae importantes transformaciones a la forma de aproximarnos a la imagen, de dialogar con ella y consumirla, y una decisiva democratización de las distintas herramientas que, de un modo u otro, posibilitan su invención o captura. Situados ahora en una borrosa casilla, frente a numerosos interrogantes acerca del futuro de un cuerpo que, día tras día, experimenta nuevas metamorfosis, conviene, quizá, volver a mirar atrás a fin de redescubrir, recolocar y establecer nuevos diálogos entre tiempos, en busca de unas respuestas, tal vez demasiado abstractas, o puede que frustrantes.
“Primer plano de un cineasta”, de Ramón Alfonso, intenta reunir preguntas alrededor de la cuestión de la mutación de la imagen. La película no pretende, en ningún caso, encontrar respuestas y exponerlas. En realidad, se asemeja a un cuaderno de apuntes, a una libreta de estudio. De algún modo, el cuerpo de la pieza se construye con tachaduras, apresuradas anotaciones, post-its, o incluso dibujos. Es una suerte de esbozo, un estudio crítico que todavía está por resolver. Desde cierta marginalidad, desde posicionamientos amateurs, retrocede en el tiempo más de cien años para localizar algunas de las primeras filmaciones de la Valencia silente, e intentar imaginar el mañana. Esta busca puede interpretarse como una prolongación práctica de parte de los trabajos críticos y teóricos realizados por el director del film en distintas publicaciones. Así, las láminas de “Primer plano” aspiran a prolongar y completar, en otra dimensión, el camino de un grupo de palabras anterior. Desde este punto de vista, ciertamente, estamos ante una película de clara voluntad teórica. Ahora bien, esta cara no es exclusiva, y el conjunto se completa con otras indagaciones de carácter más íntimo, e incluso secreto. El cuaderno “Primer plano” enseña también la vuelta a otras imágenes pretéritas, las filmadas veinte años atrás por el propio protagonista de la ficción, un cineasta, desde luego, que sostiene todo, y que, por supuesto, son reales, pertenecen al director Alfonso y contribuyen a concretar un juego de espejos y máscaras. El regreso a unos planos recogidos entonces en Súper 8 posibilita también la redacción de una suerte de autobiografía imaginaria, y un intento de reflexión sobre la dificultad, casi la imposibilidad de sentir y componer las imágenes igual que antes.
En “Primer plano de un cineasta” late el intento de conformar, a un tiempo, un ensayo (parcial, fragmentario, inestable, sin duda) en torno a la historia del cine/audiovisual de Valencia, y un autorretrato completamente conectado a mitificados cuadros ajenos del pasado, a partir de la fusión y confusión de propuestas. Dicho ensayo mestizo se acaba organizando con la suma de los primeros planos de figuras de distintos tiempos, condición y significado. El primer plano es siempre una especie de agresión al individuo observado, un intento de robo y descubrimiento de secretos. La persistente utilización en la película de este cuadro, tal vez, evidencia su verdadera preocupación: la búsqueda imposible del misterio último de una imagen en movimiento.